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El universo emocional de los bebés: la importancia de priorizar la salud mental desde el jardín maternal

“Los bebés no se acuerdan de nada, así que no pasa nada si lloran un rato.”

“Los bebés son de goma, se adaptan a cualquier situación.”

“Mientras estén alimentados y cambiados, los bebés están bien, no necesitan más.”

“No importa si cambian de cuidador, no se dan cuenta.”

“Lloran porque sí... No entienden lo que pasa a su alrededor.”

Estas frases no solo desestiman la capacidad emocional de los bebés, sino que los invisibilizan al reducir sus necesidades a lo puramente físico, ignorando la importancia de las interacciones afectivas y sociales.

Los bebés no solo perciben su entorno, sino que dependen profundamente del contacto emocional, la mirada y la respuesta sensible de sus cuidadores para crecer y desarrollarse.

Los bebés son profundamente receptivos a su entorno y las primeras experiencias marcan su desarrollo psicológico a corto y largo plazo. La ciencia dedicada al desarrollo infantil y el psicoanálisis como parte de la escucha y la observación del cachorro humano y de la díada madre e hijo, han demostrado que los cimientos de la salud mental se construyen en las experiencias tempranas, que incluyen las relaciones con los padres, las familias, los cuidadores, las maestras, sus pares y también la relación consigo mismo.

Es muy enternecedor observar el comportamiento de los bebés jugando, conociendo las diferentes partes de su cuerpito, manipulando con los ojos fijos un juguete, chupándose el dedo del pie e interactuando con otros bebés y adultos de su entorno.

Estas interacciones no son casuales, llevan complejos procesos de adquisición de habilidades y de compresión del mundo y de los vínculos. Numerosas investigaciones han demostrado que la infancia es un período mucho más importante que lo se pensaba hace solo algunos años atrás, ya que establece las bases para el desarrollo y las capacidades futuras a lo largo de la vida.

Quizá uno de los descubrimientos más impactantes para la comunidad es que los bebés son seres sociales desde el nacimiento. Desde las primeras semanas, muestran una gran consciencia y capacidad para comunicarse, ya que nacen con la habilidad de percibir, buscar y responder a cambios sutiles en el tono de voz, las expresiones faciales y los movimientos de sus cuidadores.

Se han viralizado videos en los que padres con barba se muestran de repente afeitados frente a sus bebés. La reacción de los niños suele ser de desconcierto, y muchos terminan llorando o incluso angustiados por el cambio en la apariencia de su padre. A pesar de reconocer la voz de la persona que les habla, la alteración repentina de la imagen les provoca una gran confusión, lo que evidencia lo importante que es para los bebés la consistencia visual en su entorno cercano y la afectación hacia un cambio que puede sentirse superficial.

Esto es porque, para los bebés, la necesidad de permanencia y continuidad en las figuras de apego es fundamental para su sentido de seguridad. El rostro de sus cuidadores es una referencia clave en su mundo, y cualquier cambio abrupto puede generar ansiedad o desconcierto, ya que altera su percepción de estabilidad.

El desarrollo infantil está profundamente influido por las interacciones sociales, especialmente por la calidad de esas relaciones. No es lo mismo que un bebé busque la mirada de su padre y lo encuentre distraído con su celular, o que se le ofrezca una tablet como único contacto en lugar de jugar y conversar directamente con él. La interacción cara a cara es fundamental para establecer vínculos.

La doctora Beatrice Beebe, una de las principales pioneras en el estudio de los bebés, ha destacado la naturaleza compleja y llena de matices de la comunicación no verbal de los bebés. En su laboratorio en la Universidad de Columbia estudia la comunicación infantil utilizando el microanálisis de video como un “microscopio social”, que permite a los investigadores ver detalles muy sutiles que no podrían captarse a simple vista.

Su equipo observa y analiza los cambios en el tono, la expresión y el movimiento que ocurren cuando los bebés interactúan con sus madres. Estos patrones de acción y reacción instantánea tienen lugar en fracciones de segundo, imperceptibles en tiempo real pero detectables en el microanálisis de vídeo fotograma a fotograma.

En sus investigaciones ha demostrado que la calidad de las interacciones entre una madre y su bebé de cuatro meses predice el carácter de su relación cuando el bebé cumpla un año. A su vez, sugiere que la naturaleza de las relaciones vinculares de los bebés de un año predice una amplia gama de resultados académicos, sociales y emocionales en la edad adulta.

El doctor Dan Wuori, fundador y presidente de Early Childhood Policy Solutions, afirma que aunque existe un creciente apoyo público y político, en el campo de la primera infancia este avance se centra principalmente en la expansión de la educación preescolar en las escuelas. Sin embargo, advierte que esta educación es sólo una parte de un amplio panorama de programas para niños desde el nacimiento hasta los cuatro años, y el énfasis en la educación preescolar a veces eclipsa otros enfoques como el cuidado y las iniciativas que trabajan con niños y padres juntos.

La importancia de los jardines
Entre las instituciones que se ocupan de los niños pequeños, los centros infantiles, jardines maternales y de infantes tienen un rol primordial. Los bebés desde los cuarenta y cinco días de vida comparten sus vidas en largas jornadas con otros niños y con adultos cuidadores, en las guarderías. La mayoría de las veces, por no decir todas, se debe a la necesidad de las familias de tener un lugar de cuidado y contención de los bebés para que los adultos puedan trabajar.

En una ocasión, escuché a María Emilia López, especialista en educación temprana y literatura infantil, señalar que, a pesar de su nombre, la guardería no debería ser solo un lugar para “guardar” a los niños. En su libro “Un mundo abierto”, López afirma que trabajar con los niños y sus familias en los diversos contextos donde se producen estas separaciones tempranas es fundamental para la prevención en salud mental. Y tiene razón.

Los centros infantiles son un lugar privilegiado para valorar la importancia de la salud mental desde el nacimiento. Cada niño es un mundo, y esto que puede aparecer una verdad de Perogrullo, se manifiesta en la evidencia clínica de las trayectorias personales recorridas por cada humano a la hora de elegir lo que le gusta o lo que no, los ritmos de su aprendizaje, los cambios de humor, los grados de sociabilidad, la capacidad de estar a solas y su disfrute, y esto comienza en la más tempranísima infancia.

Sin embargo, aunque la intención es esta, muchas veces se encuentran con grupos de niños demasiado numerosos en relación con las necesidades psíquicas de cada etapa, y singularidades importantes que atender, lo que dificulta respetar los vínculos de apego y proporcionar la atención y estimulación adecuadas a los ritmos individuales.

También marcados por la agenda rutinaria del cambio de pañal y la comida esenciales para la sobrevivencia, queda menos espacio tiempo para el arrullo, el juego, la mirada y la ternura, alimento imprescindible para no caer del lado de la crueldad.

En los hogares convivenciales donde residen bebés y niños pequeños que han sido privados de cuidados parentales que necesitan quizá también por eso el refuerzo de esos cuidados, la falta de financiamiento también impide, en muchos casos, que se logre lo necesario para su recuperación. Además, la falta de capacitación en temas de primera infancia para docentes y cuidadores provoca que se minimicen o incluso se ignoren signos que deberían ser atendidos.

El psicoanálisis ha hecho grandes y originales contribuciones a la comprensión del comportamiento de los bebés, especialmente a través de las teorías de apego y el desarrollo emocional temprano.

Uno de los aportes fundamentales fue el de Donald Winnicott, un destacado psicoanalista, que introdujo, entre otros, el concepto de la “madre suficientemente buena”, subrayando la importancia de la relación entre el bebé y su cuidador en los primeros años de vida.

A través de la observación clínica, Winnicott señaló cómo la presencia constante y la respuesta empática del cuidador permiten al bebé sentirse seguro y desarrollar un sentido de sí mismo. Claro que en esa época, Winnicott observaba a madres que pasaban la mayor parte del tiempo con sus bebés, brindándoles una atención cercana y constante.

Sin embargo, en la actualidad, muchos niños y niñas pasan largas horas al cuidado de instituciones o terceros, lo que plantea nuevos desafíos para su desarrollo emocional. La separación prolongada de las figuras primarias de apego, junto con la falta de atención personalizada en ciertos entornos, o la exposición a pantallas de manera precoz y prolongada, puede afectar la capacidad de los bebés para desarrollar una base segura. En este contexto, el psicoanálisis sigue subrayando la importancia de relaciones afectivas estables y de calidad, incluso en entornos colectivos, para garantizar un desarrollo saludable en la primera infancia.

La ciencia del desarrollo infantil muestra que los cimientos de la salud mental moldean la arquitectura del cerebro y del psiquismo en desarrollo. Cuando estos cimientos fallan la estructura puede ir mostrando diversas fracturas a lo largo del tiempo y hasta puede llegar a colapsar, por ello la identificación temprana y la atención apropiada es crucial.

Las docentes, los consejos escolares y los proveedores de cuidado y educación temprana estarían mejor preparados para detectar, comprender y manejar los problemas emocionales y conductuales de los niños pequeños si recibieran una capacitación profesional adecuada y tuvieran acceso directo a profesionales de la salud mental infantil cuando fuera necesario. Para ello las políticas públicas y la legislación deberían tener un enfoque en salud mental desde el nacimiento, abordando los vínculos entre el bebé y sus cuidadores.

Una mejor coordinación de los recursos destinados a los servicios de salud mental para los niños y sus familias permitiría un sistema más estable y eficiente, garantizando el acceso a programas efectivos de prevención y tratamiento. Además, se podrían promover entornos y experiencias que prevengan dificultades en el desarrollo infantil y amortiguar otros padecimientos.

Poner la salud mental infantil en el centro es una responsabilidad compartida entre el Estado, la sociedad y cada uno de los actores involucrados en el cuidado y educación de los niños y niñas. Solo a través de un esfuerzo conjunto, donde se priorice la salud mental como un derecho fundamental, podremos asegurar un futuro más saludable y equitativo para las próximas generaciones.

* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.


Fuente: Infobae

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